Hace unos meses, me animé a escribir un pequeño artículo en el que analizaba la cuestión técnica de la articulación, la diferencia entre ésta y el ataque propiamente dicho, y donde, finalmente, decidí centrarme únicamente en el análisis de dos tipos básicos de articulación: el staccato y el subrayado.
En este segundo artículo sobre la articulación, me gustaría analizar otro tipo básico de articulación que suele, por desgracia, simplificarse en exceso por su aparente sencillez.
El Legato, o «ligado».
A menudo, suelo preguntar a los alumnos lo que significa para ellos cada uno de los distintos tipos de articulación. Cuando pregunto por articulaciones algo más complejas, como las combinaciones de staccato y subrayado, o acentos más o menos destacados, surge de inmediato un gesto de incertidumbre en sus caras. Pero cuando pregunto qué es para ellos tocar ligado surge, aliviado, un gesto de satisfacción, como queriendo decirme: «aquí no vas a pillarme».
Pero… creo que les suelo «pillar» casi siempre.
Esto es, simplemente, porque cada tipo de articulación suele encerrar en si misma no una definición conceptual compleja –ni mucho menos–, sino una forma de ser muy rica que, para que sea correctamente interpretada y comprendida requiere, en primer lugar, de una correcta información que favorezca esta comprensión. Una comprensión que, después, debe ser nutrida por una alta sensibilidad y una óptima técnica de base instrumental.
El legato, o «ligado», es un tipo de articulación musical básica que, inicialmente, podría decirse que va mucho más allá de una forma de ejecución basada, fundamentalmente, en la no separación entre las notas mediante la interrupción sonora. En realidad, cuando un sonido está ligado a otro, podría decirse que se crea entre ambos un vínculo, una relación especial. Los sonidos ligados comparten una especie de código genético común, una especie de filiación sanguínea entre ellos. Hay algo del sonido inmediatamente anterior en el sonido inmediatamente posterior. Y ese algo podría expresarse en términos de cantidad de sonido.
Intentaré explicarlo basándome en la figura que se ilustra más arriba:
Todo sonido posee –como, por cierto, cualquier cosa viva– un inicio, un desarrollo y un final. En el ejemplo mostrado, para que la nota re esté bien ligada a la nota la debe existir una verdadera unión, una verdadera relación, entre ambas. Si el final de la nota re equivale, en términos de cantidad de sonido, al inicio de la nota la, estas dos notas, normalmente, estarían correctamente ligadas.
El ejemplo que, en mi opinión, mejor ilustra esta teoría, se produce en un piano.
De todos es sabido que el piano es, básicamente, un instrumento de percusión. Podría decirse que no es posible ligar físicamente en el piano, pues cada sonido está asociado a un sistema de cuerdas que, para que produzcan sonido, han de ser golpeadas por un pequeño martillo. Una nota, un golpe. Así de simple.
Sin embargo, el legato en el piano resulta una articulación maravillosa cuando éste es tocado por las manos de un buen pianista. ¿Entonces, cómo es esto posible?.
Uno de los ejercicios más básicos que un estudiante de piano debe aprender para poder tocar dos notas idealmente ligadas, consiste en la ejecución alterna de éstas, pero no simplemente de un modo correlativo.
La secuencia sería más o menos la siguiente:
Se pulsa la tecla correspondiente al primer sonido –re– y, sin que éste se haya extinguido totalmente, se pulsa la tecla correspondiente al segundo sonido –la–levantando, sólo entonces, la tecla correspondiente al primer sonido –re–. De este modo, habrá un breve intervalo de tiempo donde estarán sonando ambos sonidos simultáneamente. De hecho, esa torpe mezcla es la que, justamente, permite apreciar la simbiosis acústica de ambos. Después, se acelera poco a poco el proceso hasta que, por fin, no se percibirán simultáneamente los dos sonidos, pero si será perceptible el «nacimiento» del segundo procedente del primero. Procediendo así, se consigue forjar la ilusión del ligado.
Pianistas como Daniel Barenboim suelen explicar, en algunas de sus masterclass, que si bien no es posible ligar físicamente en un instrumento como el piano, si es posible crear esta ilusión sonora a través de una técnica correcta, un gesto corporal personal y adecuado que permita «trasladar» al brazo, a las manos, y a los dedos, el sonido ideal creado previamente en la mente, y una cuidada sensibilidad que dote al fraseo musical de un sentido profundo y sincero.
En los instrumentos de viento –como el saxofón– este efecto ha de conseguirse por otros medios ya que, al no ser éstos instrumentos armónicos, es imposible, lógicamente, realizar el ejercicio anterior.
Una alternativa podría ser la siguiente:
En tanto que tocar ligado supone relacionar las notas en términos de cantidad de sonido, el ejercicio comenzaría por emitir y mantener el primer sonido –re– y, siendo conscientes de que el segundo sonido –la– habrá de resultar acústicamente del primero, haríamos un ligero crescendo hacia éste. De inmediato, tal vez pueda pensarse que hacer un crescendo –cuando quizá no estará anotado en la partitura–puede significar poco menos que un sacrilegio. Sin embargo, lo que en realidad se pretende con el crescendo es conectar ambos sonidos incrementando tanto la velocidad como la cantidad de aire expirado. Simplemente, aumentando la cantidad de aire se produce la deseada relación sonora –en términos de cantidad sonora– entre ambas notas, pues el final de la nota re, tendrá una sonoridad equivalente al inicio de la nota la, por lo que ambas quedarán felizmente ligadas.
Después, cuando se haya sentido poderosamente la conexión entre ambas notas y se haya experimentado la plena sensación de unión, no siempre será necesario recurrir al aumento de la cantidad de aire, sino que será suficiente con soplar de manera continua, o incrementar ligeramente la velocidad del aire cuando las notas que hayan de conectarse procedan de registros diferentes, o, por ejemplo, se realicen intervalos disjuntos descendentes.
El hecho de que, actualmente, en el conservatorio realicemos diariamente la técnica en velocidades muy lentas, tiene como objetivo –entre otros muchos que no viene al caso enumerar aquí–observar la calidad del legato y la homogeneidad del timbre, tanto en las escalas por grados conjuntos, como en los intervalos y arpegios.
Tradicionalmente, la técnica que se ha venido defendiendo en muchas aulas de saxofón ha tenido como finalidad el desarrollo de su parte más mecánica. La velocidad y la ausencia de errores de ejecución eran los principales objetivos en la realización de escalas, arpegios, e intervalos.
Sin duda, esta metodología tiene sus virtudes. Como estudiante en el ciclo superior, tuve la suerte de poder trabajar con un profesor al que le apasionaba la técnica. De hecho, sentía verdadera obsesión por ella. Yo, que había llegado al Conservatorio Superior sin saber hacer una escala de memoria, o sin saber que el saxofón poseía naturalmente notas afinadas, pero también otras muchas desafinadas, acabé mi periplo haciendo escalas, intervalos, y arpegios de todo tipo –y en todos los registros–, a gran velocidad, y sin poder permitirme fallos reseñables. Llegué al conservatorio sin saber lo que era el rigor y salí de allí siendo muy consciente del precio a pagar por él.
Sin embargo, ese válido método no posibilita observar otros muchos parámetros –sobre todo los concernientes a la construcción de un discurso musical puro y a una excelente calidad sonora–porque, al ejecutar la técnica a una alta velocidad, no es posible observar los detalles.
Es éste, el cuidado del detalle, el más devaluado por nosotros los saxofonistas en pro de otros parámetros –aparentemente más brillantes y con mejor «prensa»– como la velocidad, la agilidad, o el volumen sonoro. ¡Pareciera que no hay tiempo que perder cuando el objetivo es tocar a tempo!… ¡sobre todo si el tempo es rápido!.
Pero trabajando lentamente es posible cuidar los detalles, y también es posible observar algo verdaderamente fundamental en toda frase musical que se precie: el espacio existente entre las notas.
Y es justamente ese espacio intermedio, el más sutil, invisible, e inexplorado, el que posibilita una correcta conexión entre los sonidos, una dirección clara de la frase musical y, por supuesto… un buen legato.
Asi que , salud… ¡y ligad mucho!.