«Toda la pugna de la vida es, hasta cierto punto, una pugna por la lentitud o la rapidez con la que realizamos cada cosa». STEN NADOLNY, El descubrimiento de la lentitud (1996).
Antes de entrar en materia, me gustaría confesar algo que puede servir a modo de prólogo.
Ciertamente, soy una persona de, más bien, pocos intereses. No me avergüenzo de ello, pero lo cierto es que de no haberme convertido en músico profesional, no sé muy bien a qué me hubiera dedicado en la vida. No se me da bien casi nada.
Ya en el colegio –y más tarde en el instituto– era nefasto con las materias de corte más científico, como las matemáticas o la física. Nunca me entraron en la cabeza, a pesar de que en mi infancia mi amada maestra se afanó en su tarea con dureza –habitualmente a golpe de gritos, tirones de oreja y sonoros cachetes, que le dolían más a mi honra y a mi estima que a mi cabeza–, para que así fuera.
Sobra decir que, por supuesto, su aciaga pedagogía no obtuvo en mí resultado alguno porque, aún a día de hoy, no recuerdo cómo se divide con decimales –mi hija mayor lo podría certificar perfectamente– y mis métodos para la resolución de problemas continúan siendo patéticos.
En fin..
Sin embargo, si soy una persona extremadamente reflexiva. Y el caso es que esa capacidad de reflexión me llevó, muchos años más tarde, a recurrir –con ansia, incluso– a la filosofía, a la literatura, y a no pocas publicaciones de divulgación científica, en aras de poder dar respuesta a preguntas de toda índole que iban surgiendo poco a poco en mí.
Esa curiosidad –que luego ha resultado no ser tan nueva en mí como yo creía– sumada a mi condición de docente, me ha llevado a intentar dar respuestas cada vez más calibradas a cuestiones que habitualmente me plantean mis alumnos y que, por extensión, acabo planteándome yo mismo muy a menudo.
Mi propia educación musical –incompleta, compleja, y de muy baja calidad, por no utilizar adjetivos más gruesos– me impidió, también desde niño y hasta muy tarde, conocer, comprender, y aplicar, los métodos de trabajo más útiles y utilizados no sólo por los mejores saxofonistas del mundo, sino por los más grandes intérpretes de otros instrumentos como el violín o, sobre todo, el piano.
En este punto, y antes de continuar, sobra decir que el piano es un instrumento muy difícil. En mi opinión, bastante más difícil que el saxofón.
Obtener un sonido amateur en el piano, medianamente decente, es un ejercicio relativamente sencillo. Pero, por contra, se torna casi imposible para un aprendiz poder tocar correctamente cualquier frase musical, por simple que sea, sin tener que recurrir a la fuerte concentración, a la paciencia, y a la repetición lenta y abnegada, como principales métodos de aprendizaje.
Como todos sabemos, la lectura de dos voces simultáneas, y la coordinación entre ambas manos, conlleva, inexorablemente, muchas horas de práctica, y todo aquel que haya estudiado unos pocos años este instrumento, sabe bien la cantidad de tiempo que ha de ser invertido para poder siquiera fijar en los dedos los pasajes musicales más simples de su literatura.
Por último, y volviendo de nuevo a mi educación musical, quiero asegurar que han sido las propias experiencias de frustración, hartazgo y curiosidad, las que me han proporcionado los mejores recursos y técnicas de estudio, en aras de poder aplicarlos a mis propias rutinas de trabajo diario como intérprete.
Bueno, al grano.
El caso es que, como músico profesional, tengo –aunque hoy en día, y debido a la pandemia de coronavirus, sería más apropiado decir tenía– el privilegio de poder viajar con frecuencia y de conocer a multitud de jóvenes saxofonistas de muchos y variados lugares. Sus edades y niveles son, a menudo, muy diferentes, pero normalmente voy constatando, año tras año, que todos comparten una problemática común. Generalmente, desconocen cuáles son los beneficios de practicar muy lentamente –no moderada, sino muy lentamente– y el papel que juega nuestro cerebro –en concreto la función de la memoria– en el proceso de aprendizaje.
Es por ello que me gustaría analizar brevemente en este artículo –y aún de un modo poco científico puesto que no soy, lógicamente, un científico– uno de los tipos de memoria utilizados en el proceso de asimilación de la información y que es fundamental en el aprendizaje y desarrollo de cualquier intérprete: la memoria muscular.
Para comenzar, me gustaría recordar que, por lo general, olvidamos –lógicamente, por otra parte– que la práctica totalidad de los movimientos que ejecuta nuestro cuerpo a nivel motriz, y de forma automática, –sin que intervenga necesariamente la consciencia, como por ejemplo caminar, correr, saltar, hablar, escribir, etc.– fueron aprendidos, muy gradualmente y por repetición, en el pasado, para que éstos, sencillamente, puedan ser ejecutados automáticamente –y de forma natural– en el presente. Cuando tocamos el saxofón –o cualquier otro instrumento musical–, y aunque no seamos conscientes de ello, ocurre exactamente el mismo proceso. Así de sencillo.
Parece, pues, que el secreto consiste en trabajar con abnegación sobre el texto musical a través de la repetición. Hasta ahí todo muy normal.
Pero lo que quizá ya es menos habitual, o al menos así lo constato yo, es una práctica instrumental cuya base se asiente en la repetición CONSCIENTE, y en velocidades MUY LENTAS, con independencia de la dificultad técnica, o la velocidad de un pasaje musical.
Repetir, y hacerlo de un modo consciente, es fundamental para chequear que, en cada una de esas innumerables repeticiones, están presentes todos los parámetros que, idealmente, buscamos en la realización correcta del discurso musical (claridad en cada una de las notas, precisión de la articulación, balance dinámico, expresión, etc.), por lo que la velocidad a la que debemos tocar, en cada una de estas repeticiones, debe ser extremadamente lenta. Solo así, nuestro cerebro estará en condiciones óptimas de poder asimilar toda la información de manera más eficaz a través de la activación de la memoria muscular.
Practicando de este modo, e INTENTANDO NO COMETER ERRORES EN CADA UNA DE LAS REPETICIONES, toda la información llegará al cerebro, y por tanto a los músculos implicados en la ejecución instrumental, de una manera más clara y sólida, y se generará una mayor eficiencia.
TRABAJEMOS LENTO… PERO AUMENTANDO LA EXPRESIÓN.
El trabajo de repetición consciente en tempi muy lentos no ha de estar relacionado, en absoluto, con el aburrimiento. Más bien al contrario.
Habitualmente, generamos demasiado estrés cuando nos afanamos en tocar pasajes técnicamente complejos a tempo y malgastamos una parte muy importante de nuestro tiempo de estudio al pensar –de manera errónea– que a mayor velocidad de ejecución, o incluso de aproximación al tempo final, mayor fiabilidad a la hora de poner los pasajes en dedos.
Uno de los métodos más efectivos –¡y también más placenteros!–, a la hora de fijar y asimilar correctamente la información es, como ya he dicho más arriba, tocar en tempi muy lentos, por repetición consciente, pero de un modo muy EXPRESIVO Y ELOCUENTE, casi teatral.
Se trata, simplemente, de exagerar todos aquellos aspectos de la frase que son susceptibles de generar una mayor musicalidad, o expresión. Algunos de ellos pueden ser: el legato, la sensación de sostenuto, los cambios armónicos generados en el discurso, los diferentes colores de ciertas notas (sonido con vibrato, sonido plano, resonancias), el trabajo sobre la articulación, y la sutileza de las dinámicas, por poner solo algunos ejemplos.
Este tipo de trabajo lento-expresivo genera, desde el primer momento, una profunda sensación de control y nos permite ser plenamente conscientes de todos los detalles expresivos de la frase, sensación que quedará almacenada en nuestra memoria muscular y emotiva y que, posteriormente, será “rescatada” cuando hayamos de afrontar el pasaje a tempo.
REPITAMOS. PERO… ¿CUÁNTO?.
Una de las dudas más comunes está relacionada con el número de repeticiones necesarias para que este trabajo de asimilación sea lo más efectivo posible. Lamento decir que, como es evidente, no hay una respuesta exacta. Normalmente, el número variará en función de múltiples factores: nuestra paciencia, nuestra capacidad de concentración, nuestra propia velocidad de lectura, la dificultad intrínseca del pasaje, la propia capacidad de comprensión del texto, o la sensación subjetiva de dificultad o control del pasaje que podría favorecer, o neutralizar, actitudes neuróticas ante el natural miedo al error.
El legendario violinista ruso Nathan Milstein solía decir a menudo que, en su opinión, nunca sentía que, en la literatura para violín, hubiera pasajes fáciles o difíciles, sino pasajes que, al fin y al cabo, puedes tocar… o no. Comprensible –aunque curioso punto de vista–, ya que la dificultad de una tarea siempre suele ser un parámetro fundamentalmente subjetivo.
Si bien el trabajo de repetición consciente/lento no tiene porque estar limitado en absoluto, si podemos hacer cada cierto tiempo un test próximo al tempo real para observar si el pasaje está correctamente asimilado y somos capaces de afrontarlo con la seguridad, limpieza, naturalidad, y musicalidad que requiere. Si el resultado de este test es negativo –lo cuál sin duda ocurrirá con frecuencia–, debemos continuar trabajando muy lentamente para que la memoria muscular continúe haciendo su trabajo de fijación y asimilación de la información.
En este punto, y por último, es importante subrayar que nuestro cerebro desconoce por completo cual es la “versión” musical que ha de almacenar como correcta. Obviamente, el cerebro es absolutamente incapaz de decidir, por si mismo, qué es correcto o incorrecto musicalmente. Tan sólo fija y almacena información. Y a mayor repetición, mayor fijación. Es por ello que cuando estudiamos de manera precipitada y superficial permitiendo el error, por pequeño que sea, éste también se fija en nuestra memoria y después nos resulta infinitamente más difícil deshacernos de él.
Por eso, es importante que, en cada una de las repeticiones, hagamos exactamente las mismas digitaciones y evitemos el error de manera tajante para que el trabajo de asimilación se fortalezca y pueda interiorizarse correctamente.
Espero que esta pequeña reflexión sobre la lentitud y su beneficios en la práctica musical os ayuden de algún modo en vuestro trabajo diario.
Sin duda, esta ha sido mi principal motivación.
Ánimo y… ¡tocad lento!.